InicioDeportivo“Las camisetas que defendiste”: la tribuna de Carlos Matallanas

“Las camisetas que defendiste”: la tribuna de Carlos Matallanas

Un club es un club, más allá de la categoría en la que esté. El núcleo, lo que le hace estar vivo, está formado por los mismos elementos siempre, ya estemos hablando del campeón de Europa o de un equipo que acabó decimosexto en cualquier grupo de Tercera. El vestuario es el lugar sagrado, donde se reúnen para pelear, sufrir o llorar de alegría los protagonistas del juego, los futbolistas. Las oficinas, en el estadio, en el modesto campo o en una sede social alejada de las instalaciones, es donde están los que mandan, donde se toman decisiones y donde el futbolista negocia y firma su ficha. Las camillas donde vigilar o recuperar el estado físico y la habitación o trasteros donde algún empleado fiel custodia y ordena el material y la ropa completan ese núcleo en el que reside la intimidad de cualquier club de fútbol.

Las personas pasan y solo permanecen los símbolos y los lugares, que también se van trasformando. Es habitual que tengamos muy presentes los clubes en los que militamos alguna vez, en esos paréntesis temporales muy definidos y de gran intensidad que son las temporadas. Lo das todo a diario por mejorar, por defender a unos compañeros y por ganar partidos, y puede que al verano siguiente ya no tengas vinculación ninguna con aquel equipo y esos futbolistas.

En junio vi por televisión el emocionante ascenso a Segunda del Rayo Majadahonda, con un gol en el minuto 97 que casi consigue que diera un salto de alegría. Allí jugué dos temporadas entre 2006 y 2008. Más de 60 partidos oficiales, prácticamente todos de titular con el 6 a la espalda. Era Tercera División, categoría en la que este club era de los importantes. No cumplimos con las altas expectativas que nosotros mismos habíamos creado con alguna gran racha de resultados. Al final, hubo un cambio profundo en la plantilla que me afectó. Acabó mi etapa allí, y era cuestión de tiempo que el club volviera a ascender a Segunda B, donde había pasado fugazmente en un par de ocasiones.

Con Antonio Iriondo llegó ese ascenso en 2015 a la categoría de bronce. Y una entidad sin apenas masa social, pero con unas instalaciones y trato al jugador muy superiores a la media en el fútbol semiprofesional, ha conseguido pisar ahora territorio profesional.

Cuentan que, nada más conseguirse la proeza, Enrique Vedia, presidente eterno del Majadahonda, entró al vestuario con las manos en la cabeza gritando: “¡La que me habéis liado!”. Efectivamente, el éxito deportivo ha superado el caché de este club joven. Pero el campo es el que manda, y ahí ya es un conjunto importante.

Es una sensación extraña, porque ya no quedaba ningún jugador de mi época, solo conozco a un par de ellos de habernos enfrentado varias veces en el fútbol madrileño. Y yo jamás demostré tanto nivel como para haber podido ser parte de un ascenso como el de este verano. Sin embargo, me sigo sintiendo unido a ese club de una forma especial. Supongo que nos pasa a todos algo similar y ocurrirá mientras vivamos.

Cada lunes, sin excepción, repaso los resultados de todas las categorías y la vista siempre sigue un orden, marcado por todos los equipos en los que jugué. La mayoría sigue donde los dejé; un par de ellos, históricos, han desaparecido ahogados en la crisis y alguno está perdido en el fútbol regional o, en el caso del Majadahonda, rozando la elite. En unos fui muy feliz, en alguno tuve una mala experiencia por diversos motivos. Creo que en todos tendrán un recuerdo parecido de mí. Simplemente un centrocampista que lo daba todo en cada partido. Unas veces con más acierto que otras.

En junio, también lograron ascender otros dos clubes más de aquellos en los que jugué. Pequeñas alegrías en la distancia, cargadas de nostalgia, que nos hacen rememorar experiencias vividas. En el Majadahonda quedan de mi época el presidente y algún directivo, el segundo entrenador, el delegado, el utillero y poco más. Parecido en el resto de entidades, aunque en alguna no sería capaz de reconocer ya a nadie. Un puñado de aficionados me recordarán de corto. Tampoco muchos, supongo. Pero, aunque pasen 50 años, seguiremos unidos a aquellos equipos en los que militamos. Ponerse una camiseta un domingo y saltar a un campo a defenderla te marca para siempre.

Artículo publicado en el segundo número de nuestra revista O11CE METROS.

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