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El análisis de Carlos Matallanas: “Los filiales, siempre mejor contra los mayores”

No es un debate urgente ni que preocupe especialmente a federaciones, clubes o futbolistas. Solo algún periodista más o menos relevante se ha posicionado en contra del actual sistema de competición que integra a los equipos filiales como un club más del fútbol sénior, con todos los derechos que cualquiera con la excepción de no poder militar en la misma categoría que su primer equipo.

La opción de la liga inglesa, en la que los segundos equipos juegan una competición aparte entre ellos, o de Francia, donde compiten mezclados, pero no pueden acceder a categorías profesionales, serían las alternativas. Los partidarios de modificar nuestro sistema creen que ahora se está desvirtuando la competición con dos tipos de equipos. Los mayores compiten al cien por cien, mientras que los filiales dan prioridad a la formación, su rendimiento es desigual a lo largo de la temporada y ocupan plazas que serían mucho más provechosas para entidades históricas que se juegan mucho dinero y prestigio, sobre todo en el embudo que hay entre Segunda B y Segunda A.

Yo he competido contra filiales y es evidente que son partidos diferentes, llenos de particularidades. Pero aquí lo que hay que tener claro es qué es lo mejor para el jugador en general. Porque jamás hay que olvidar que el fútbol es de los futbolistas. No hay nada más importante. Y, sin ninguna duda, nuestro actual sistema es el más beneficioso para el jugador joven. Juega cada domingo partidos de verdad, no descafeinados como los de una liga exclusiva de filiales, que es una prolongación de la División de Honor de juveniles, aún deporte falto de todos los ingredientes que definen la competición de verdad.

Tienen la oportunidad de medirse a jugadores hechos, curtidos, que persiguen objetivos serios, los mismos que se encontrarán ellos cuando más temprano que tarde entren a formar parte de un vestuario de primer equipo, ya sea en un club profesional o en uno humilde de Segunda B o Tercera. Mucho ha tenido que ver esta temprana maduración a través de competir contra mayores en los innumerables éxitos de las selecciones inferiores de España.

Desde dentro del Fuenlabrada, club en el que colaboro con el cuerpo técnico, sigo asistiendo a este fenómeno. La reflexión que ha dado pie a este artículo nace de recientes experiencias. Justo tras enfrentarnos al Real Madrid Castilla y Atlético de Madrid B, un futbolista de cada equipo debutó con su respectivo primer equipo. Solari dio la alternativa a Javi Sánchez ante el Melilla en Copa, ante el Viktoria Plzen en Champions y en un encuentro más exigente, ante el Celta en Liga. Paralelamente, y con los mismos problemas de bajas que su homólogo madridista, Simeone dio la alternativa a Francisco Montero ante el Sant Andreu en Copa, ante el Athletic en Liga y en una auténtica prueba de fuego ante el Borussia Dortmund en Champions. Ambos son defensas centrales, la posición en la que posiblemente más necesaria es la experiencia. El nivel de preparación que demostraron no se entiende sin tener en cuenta que compiten en el segundo equipo ante atacantes mayores y resabiados que les meten en situaciones comprometidas impensables si solo compitieran ante filiales.

Esta temporada también hemos visto cómo un jugador de 45 millones de euros ha estado jugando en Segunda B. La singular situación de Vinicius despertó las críticas de aficionados y clubes de esta categoría por entender que el Castilla jugaba con ventaja. Yo, en cambio, no le doy ningún valor al precio. Al final, solo se trataba de una jovencísima promesa a la que Lopetegui quiso ir probando en el filial. Y aquí, por suerte, lo pudo poner ante mayores. Patadas mediante. Me parece el modelo idóneo para la maduración del jugador joven. Y eso es lo importante.

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